 El 
                abuso político de la contaminación
El 
                abuso político de la contaminación
              
               
 
              
                Energ'ia 
                y equidad
                Iván 
                Illich. 
                La presente "crisis" energética ha sido precedida 
                por una análoga "crisis" ecológica: se 
                abusa de ambas con fines de explotación política. 
                Hay que entender que la segunda no encuentra su solución 
                aún cuando se encuentren formas de producir energía 
                abundante y limpia; es decir, sin efecto destructor sobre el medio 
                ambiente.
                
                Los métodos que hoy se utilizan para producir energía, 
                en su creciente, mayoría agotan los recursos y contaminan 
                el ambiente. Al ritmo actual de su utilización, el carbón, 
                el petróleo, el gas natural y el uranio serán consumidos 
                dentro del horizonte temporal de tres generaciones, y en el entretiempo 
                habrán cambiado tanto al ser humano como su atmósfera 
                de forma definitiva. Para transportar a un sólo hombre 
                en un Volkswagen, sobre una distancia de 500 km, se queman los 
                mismos 175 kg de oxígeno que un individuo respira en todo 
                un año. Las plantas y las algas reproducen suficiente oxígeno 
                para los tres mil millones de hombres que existen. Pero no pueden 
                reproducirlo para un mundo automovilizado, cuyos vehículos 
                queman cada uno por lo menos catorce veces más oxígeno 
                del que quema un individuo. Los métodos usados para producir 
                energía no sólo son caros-y por tanto son recursos 
                escasos-, sino igualmente destructores, al punto de engendrar 
                su propia escasez. Los esfuerzos de los últimos decenios 
                se han orientado a producir más petróleo, a refinarlo 
                mejor y a controlar su distribución. El énfasis 
                ahora se va trasladando hacia la investigación para encontrar 
                fuentes de energía abundante y limpia y motores comparables 
                en potencia a los presentes, que sean más rentables y menos 
                venenosos. Se olvida que automóviles que no envenenen el 
                ambiente, ni en su manufactura ni en su marcha, costarían 
                un múltiplo de los que ahora tenemos. La promoción 
                de la técnica limpia casi siempre constituye la promoción 
                de un medio de lujo para producir bienes de primera necesidad.
                
               
 
              
                En su forma más trágica y amenazante, la quimera 
                energética se manifiesta en la llamada "revolución 
                verde". Los granos milagrosos introducidos en la India hace 
                pocos años, hacen sobrevivir y multiplicarse a los hambrientos 
                que se multiplicaron por el crecimiento industrial. Estas nuevas 
                simientes se cargan de energía en forma de agua de bombeo, 
                abonos químicos e insecticidas. Su precio se paga, no tanto 
                en dólares sino más bien en trastornos sociales 
                y en destrucción ecológica. De esta forma, los cuatro 
                quintos menos industrializados de la especie humana, quienes llegan 
                a depender más de la agricultura "milagrosa", 
                empiezan a rivalizar con la minoría privilegiada en materia 
                de destrucción ambiental. Hace sólo diez años 
                se podía decir que la capacidad de un recién nacido 
                norteamericano de envenenar el mundo con sus excrementos tecnológicos 
                era cien veces mayor que la de su coetáneo en Bengala. 
                Gracias a que el bengalí depende de la agricultura "científica", 
                su capacidad de destruir el ambiente en forma irreversible se 
                ha multiplicado por un factor de cinco a diez, mientras que la 
                capacidad del norteamericano para reducir la contaminación 
                del planeta ha disminuido un poco. Los ricos tienden a acusar 
                a los pobres por usar su poca energía en forma ineficiente 
                y dañina y los pobres acusan a los ricos de producir más 
                excrementos porque devoran sin digerir mucho más que ellos. 
                Los utópicos prometen soluciones milagrosas a los dos, 
                tales como la posibilidad de realizar pronto un decremento demográfico, 
                o la desalinización de las aguas del mar por energía 
                de fusión. Los pobres se ven obligados a fundar sus esperanzas 
                de sobrevivir en su derecho a un ambiente reglamentado que les 
                "ofrece" la generosidad de los ricos. La doble crisis 
                de abastecimiento y de polución ya manifiesta los límites 
                implícitos al crecimiento industrial. Pero la contradicción 
                decisiva de esta expansión más allá de ciertos 
                límites reside en un nivel más hondo, en lo político.
                
              
               
                La ilusión fundamental
                Creer en la posibilidad de altos niveles de energía limpia 
                como solución a todos los males, representa un error de 
                juicio político. Es imaginar que la equidad en la participación 
                del poder y el consumo de energía pueden crecer juntos. 
                Víctimas de esta ilusión, los hombres industrializados 
                no ponen el menor límite al crecimiento en el consumo de 
                energía, y este crecimiento continúa con el único 
                fin de proveer cada vez a más gente de más productos 
                de una industria controlada cada vez por menos gente. Prevalece 
                la ilusión de que una revolución política, 
                al suprimir los errores técnicos de las industrias presentes, 
                crearía la posibilidad de distribuir equitativamente el 
                disfrute del bien producido, a la par que el poder de control 
                sobre lo que se produce. Es mi tarea analizar esta ilusión. 
                Mi tesis sostiene que no es posible alcanzar un estado social 
                basado en la noción de equidad y simultáneamente 
                aumentar la energía mecánica disponible, a no ser 
                bajo la condición de que el consumo de energía por 
                cabeza se mantenga dentro de límites. En otras palabras: 
                sin electrificación no puede haber socialismo, pero inevitablemente 
                esta electrificación se transforma en justificación 
                para la demagogia cuando los vatios per capita exceden cierta 
                cifra. El socialismo exige, para la realización de sus 
                ideales, un cierto nivel en el uso de la energía: no puede 
                venir a pie, ni puede venir en coche, sino solamente a velocidad 
                de bicicleta.
               
 
              Mi 
                tesis
                En mi análisis del sistema escolar he señalado que 
                en una sociedad industrial el costo del control social aumenta 
                más rápidamente que el nivel del consumo de energía. 
                Este control lo ejercen en primera línea los educadores 
                y médicos, los cuerpos asistenciales y políticos, 
                sin contar la policía, el ejército y los psiquiatras. 
                El subsistema social destinado al control social crece a un ritmo 
                canceroso convirtiéndose en la razón de la existencia 
                para la sociedad misma. He demostrado que solamente imponiendo 
                límites a la despersonalización e industrialización 
                de los valores se puede mantener un proceso participatorio político.
                
                En el presente ensayo mi argumento procederá analógicamente. 
                Señalaré que en el desarrollo de una sociedad moderna 
                existe un momento en el que el uso de energía ambiental 
                excede por un determinado múltiplo el total de la energía 
                metabólica humana disponible. Una vez rebasada esta cuota 
                de alerta, inevitablemente los individuos y los grupos de base 
                tienen que abdicar progresivamente del control sobre su futuro 
                y someterse siempre más a una tecnocracia regida por la 
                lógica de sus instrumentos.
               
 
              Los 
                ecólogos tienen razón al afirmar que toda energía 
                no metabólica es contaminante: es necesario ahora que los 
                políticos reconozcan que la energía física, 
                pasado cierto límite, se hace inevitablemente corrupta 
                del ambiente social. Aún si se lograra producir una energía 
                no contaminante y producirla en cantidad, el uso masivo de energía 
                siempre tendrá sobre el cuerpo social el mismo efecto que 
                la intoxicación por una droga físicamente inofensiva, 
                pero psíquicamente esclavizante. Un pueblo puede elegir 
                entre una droga sustitutiva tal como el metadone y una desintoxicación 
                realizada a voluntad en el aislamiento; pero no puede aspirar 
                simultáneamente a la evolución de su libertad y 
                convivencialidad por un lado, y una tecnología de alta 
                energía por el otro.